Avatar 2 superó mis espectativa 🙌

 


Un documental

A estas alturas sabemos de sobra que a James Cameron le gustan los proyectos ambiciosos más que a Dominic Toretto hablar de la familia. Nadie puede negar su talento ni aportación a la historia del cine, porque icónicas películas como el regreso de Alien (1986) o la segunda parte de Terminator (1991) le avalan. Pero otra cosa es que el director de los grandes presupuestos, eso sí, rentabilizados hasta la saciedad, haya sabido compensar con su nueva saga la inversión en el apartado visual. Sí, en Avatar: El sentido del agua hay mucho dinero metido en CGI. Se nota y no es malo, porque la misma esencia de su narrativa cinematográfica lo requiere. Por eso retrasó la original de 1999 a 2009, y por el mismo motivo 2022 es un buen año para lanzar la secuela.

He tenido la oportunidad, porque lo es, de ver esta cinta varios días antes de su estreno en cines, y confieso que mis previsiones se han cumplido casi al 100%. Y debo iniciar con ese aspecto sobre el que más altas expectativas han recaído, el visual. Es evidente que debía ser así, porque Avatar no falló y esta no podía hacerlo. Algo así como una espada de doble filo en la que un mismo punto puede ser debilidad y también fortaleza. Esto es, a la vez que se alaba la potencia del apartado técnico y la buena inversión de fondos, la obra recibe duros ataques por tener demasiado peso en la narrativa. Es como una paradoja. Es una apuesta necesaria, y cuanto más mejor, pero siempre quedará descompensada con el resto de elementos.

Lo de la nueva película de Cameron en este sentido es demencial, pues llega a límites insospechados y supera, por si fuera poco, a la original. No tiene parangón la barbaridad visual de Avatar: El sentido del agua, la perfecta precisión de los efectos especiales, que no hay pocos, y la complejísima belleza de las imágenes. Es un apoteósico documental de CGI donde como espectador jamás puedes quedar defraudado. Eso sí, si te gustan los documentales. Otra cosa será morir de aburrimiento

Una historia

Y aquí viene el problema, se repite de hecho. Al igual que sucedió con la primera cinta sobre los apacibles humanoides de Pandora, en Avatar: El sentido del agua el apartado visual resta poder a una historia más compleja y ambiciosa con la que se pretendía enmendar la simpleza (e infantilismo si me permiten) de la original, es decir, con un argumento de más altura y mejor desarrollado.

Es cierto que se ha notado a un Cameron más alerta, esforzándose por introducir muchos más componentes para hacer de este caldo algo más sabroso y no solo vistoso. Se ha incluido un mayor número de personajes, también relevantes para el devenir del relato, subtramas de interés y variedad de escenarios. Sir ir más lejos, una gran fuerza de la narración son los hijos de Jake y Neytiri, cada cual con su propia construcción integral (cuerpo, mente y espíritu) y autonomía en las decisiones. Esto lo aplaudo.

Sí ha existido esta corrección respecto a Avatar (2009), en muchos sentidos es bastante acertada y goza de la coherencia y la dirección narrativa adecuada que encuentra sentido en su brillante desenlace. La pena llega cuando, sentado en la butaca durante las largas tres horas y cuarto de metraje, llegas a perder de vista la verdadera importancia de esta línea argumental, que no es otra que la de la familia protagonista. Entre tanta reinterpretación de peces, delfines y ballenas de Pandora (porque ahora toca bucear a las profundidades del océano), aparece el peligro de que el público quede embobado con la espectacularidad de los paisajes artificiales. Al menos esa porción de espectadores que no se han dormido ya.

Una lástima porque había mucho potencial y bastante margen de mejora (son más de diez años de trabajo). El comienzo se desarrolla de manera notoria, con la presentación de los nuevos y apasionantes personajes, el sentir de la familia y la idea de pueblo. Con el resurgir de la amenaza este procedimiento sigue igual, pero se estanca demasiado en la explicación del problema. Y, eso sí, el final es apoteósico, con un ritmo acelerado que se entremezcla con grandes dosis de tensión familiar, suspense bélico y epicidad, emociones a raudales, mucha violencia visceral y el clásico reposo por la reconciliación y la mirada al futuro.

Un mensaje

Una de las críticas más feroces que la cinta original recibió en su momento, dejando de lado la ingenuidad del guion, fue el incisivo adoctrinamiento ecologista. Es verdad que era más por el contexto histórico, uno que nada tiene que ver con el actual. Ahora estamos rodeados de otro tipo de debates a los que dedicar nuestro preciado tiempo. Quizá esta burda apología del director llega tarde, pero no deja de resultar igualmente cansina, una de esas máximas dogmáticas que antaño nadie podía contradecir.

Yo lo hago, más cuando su carga narrativa llega a límites que rozan la obscenidad. Todo Avatar: El sentido del agua es una forzada declaración sobre el ecologismo como religión absoluta. Ya lo fue la primera, pero esta roza mayores extremos de este espiritualismo. Voy más allá, mi sensación durante los 190 minutos ha sido de auténtica angustia observando cómo esta "nueva" raíz moralista me arrebataba toda posibilidad de empatizar con una historia que me apetecía creer.

Sí, mucho efecto especial pero, rascando un poco, una inyección letal de esa especie de gnosticismo naturalista donde la vida del ser humano es un cáncer y no merece ser salvada, porque no casa con la idea del todo que excluye la individualidad, que atenta contra la corriente ideológica que no da cuartel a disidentes, y en esta nueva entrega una cándida versión panteísta donde la única deidad trascendental es la Madre tierra. Pero oye, veamos con buenos ojos que se animalice a la persona humana y se humanice a una ballena, siempre más inteligente, emocional y, atentos a esto, espiritual.



Roger Fonseca

Leo, escribo, escucho música 24/7, juego videojuegos miro películas y series. Mi computadora es mi refugio ah también vivo

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente