Hablemos de Challengers: todo es sexo, excepto el sexo


El tenis no es un juego o un deporte para Tashi Donaldson, una famosa adolescente prodigio del tenis que tiene un futuro prometedor en las ligas profesionales y contratos de publicidad. Para ella, el tenis es sexo. 

Challengers no es una película sobre tenis; en realidad es una película electrizante sobre el poder de una mujer, como dice un clásico "todo es sexo excpeto el sexo, el sexo es poder". Tashi es muy poderosa. Art y Patrick (Mike Faist y Josh O'Connor), dos jóvenes tenistas y mejores amigos desde niños, se obsesionan con esta mujer que domina por completo cuando la ven jugar.

Lo que comienza como admiración se transforma en obsesión. Los dos amigos intentarán conquistar a Tashi de cualquier manera para recordar sus años de amistad y su éxito en el deporte.

Sin embargo, esto no es el comienzo de la historia, que está escrita por el debutante Justin Kuritzkes. El guión comienza con un encuentro entre Art y Patrick, muchos años después de la historia anterior. 

¿Por qué este partido es significativo? De eso se trata esta película, pero para responder a esta pregunta, la película utiliza y abusa de saltos temporales: hace dos décadas, hace una semana y hace algunas horas. Sin embargo, la edición dirigida por Marco Costa mantiene la esencia de la historia, evitando que nos perdamos y confiando en que el público está interesado en la historia, por lo que no es necesario agregar letreros adicionales para ubicarnos en el tiempo.

El trío de actores se desempeña de manera impecable, con Zendaya destacando claramente como una Femme Fatale obsesionada con el tenis que, sin quererlo, pone a pelear a estos dos hombres que buscan sus favores, no solo sexuales sino profesionales (¿no es lo mismo, según Tashi?) porque eventualmente se convertirá en entrenadora.

La forma es fondo y este triángulo amoroso típico sería menos atractivo en este caso debido a los saltos temporales, la edición abrupta y las actuaciones que llenan la pantalla de sensualidad y sexualidad, así como a la cámara y la música.

El cinefotógrafo tailandés Sayombhu Mukdeeprom, quien ha sido el fotógrafo principal de Luca Guadagnino y Apichatpong Weerasethakul, imita en varias secuencias el movimiento de un lado hacia el otro en campos llenos de tensión y movimiento, llegando a un momento de locura donde la cámara se vuelve la subjetiva de la raqueta.

Sin embargo, aunque esto pueda parecer excesivamente visual, la música de Trent Reznor y Atticus Ross llena la pantalla por momentos para acentuar artificialmente la tensión de lo que están hablando los personajes. Es un movimiento arriesgado (a veces uno se pregunta si esa música viene de la sala de al lado o de qué se trata esto) y seguramente molestará a muchos.

Después de la quinta vez que ocurre esta música, uno comienza a cuestionar si la tensión de lo que sucede en pantalla es causada por la imagen, las actuaciones, el guión o simplemente por la música de antro compuesta por la dupla Reznor-Ross.

El final es menos atractivo que todo el viaje de seducción, traiciones, misterios y deseo que vemos en las pocas más de dos horas. Se dice que el orgasmo se valora demasiado y que lo más divertido del sexo es el juego previo, y esto es exactamente lo que ocurre en esta película: un relato electrizante sobre el sexo y el poder, en toda la veta hedonista de Guadagnino, que te deja cansado pero con ganas de más.

Roger Fonseca

Leo, escribo, escucho música 24/7, juego videojuegos miro películas y series. Mi computadora es mi refugio ah también vivo

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